Heliotropo y oro: Soledad de Antonio Ordóñez...

La última dolorosa de la Semana Santa de Sevilla estrena la Pascua Florida con la saya que se confeccionó con el vestido que llevaba el genial rondeño en la tarde de los ‘urquijos’ del 67

08 abr 2021 / 12:34 h - Actualizado: 08 abr 2021 / 12:48 h.
"Toros"
  • La soledad, vestida con la saya el manto de bordados toreros de Antonio Ordóñez.
    La soledad, vestida con la saya el manto de bordados toreros de Antonio Ordóñez.

La yema de los 60 –la década prodigiosa del toreo- ya estaba marcada por la hegemonía de Manuel Benítez ‘El Cordobés’, que comenzaba a arañar el famoso kilo de billetes que tanto mosqueaba a las empresas y alimentaba los sueños de toda la grey torera, en la que sobresalía una de las barajas de figuras más importante de todos los tiempos. ¿Qué tiene que ver todo esto con la Virgen de la Soledad y Antonio Ordóñez? Conviene ponerse en situación: el maestro de Ronda había escenificado una primera retirada del toreo en 1962, después de torear el 18 de noviembre en la feria del Señor de los Milagros de Lima. A la postre se trató de un breve de receso de dos únicas temporadas que se interrumpió en 1965, picado por las astronómicas cifras que manejaba el melenudo de Palma del Río.

Eran tiempos complejos y la agenda del rondeño, que no renunciaba a su altísima cotización, tampoco andaba plagada de contratos. Pero Canorea quiso contar con él en la Feria de Sevilla del 65, donde llevaba sin torear desde 1961. Y con esa intención, el recordado empresario de la Maestranza se presentó una mañana de Navidad en Valcargado, la finca gaditana de Ordóñez, armado con una botella de Alfonso –el vino preferido del genial rondeño- dispuesto a incluirlo en los carteles abrileños. El maestro no se anduvo por las ramas y pidió el mismo dinero del Cordobés para volver a pisar el dorado albero maestrante.

El bueno de don Diodoro no tardó en salir de allí con cara de circunstancias, sin contrato y con la misma botella que, sin descorchar, repetiría idéntico viaje al año siguiente. Esta vez fue Ordóñez el que ‘castigó’ a Canorea, que ahora sí venía dispuesto a aflojar el kilo de marras animado por la grandiosa temporada de reaparición que había protagonizado el coloso de Ronda. Hubo que esperar un año más, a la Feria de Abril de 1967, para que el gran maestro reapareciera en la plaza de la Maestranza. Lo hizo acabando con todo con todo y con todos. Atrás quedaban seis largos años de ausencia.

Heliotropo y oro: Soledad de Antonio Ordóñez...
Antonio Ordóñez cita a uno de sus toros en la tarde del 22 de abril de 1967 vestido con el traje heliotropo que regalaría a la Soledad. Foto: Arjona

Un traje con historia

A Antonio le bastaron dos tardes –las del 20 y el 22 de abril- para darle la vuelta a aquella feria. En la primera se anunció entre Litri y Curro Romero para estoquear una corrida de Benítez Cubero. Las cosas rodaron por todo lo alto: los tres espadas fueron paseados a hombros pero la Puerta del Príncipe se quedó sin abrir por culpa de las espadas. El ambiente, eso sí, se había dejado por las nubes, disparando la reventa para ese sábado de farolillos que abarrotó los tendidos de la plaza de la Maestranza.

Era la segunda y última tarde de Antonio en la feria de su reaparición. Vestido de heliotropo y oro, hizo el paseíllo junto a Diego Puerta y José Fuentes para despachar un envío de Urquijo que tuvo que ser remendado con un toro de Carlos Núñez. Aún resonaban las ovaciones de la tarde anterior pero el rondeño volvió a entretenerse en cuajar de cabo a rabo a sus dos toros. Al primero, llamado ‘Zapatillero’, le formó un lío grande después de dejar algunas fotos para la historia, firmadas por los Arjona, y una estocada de libro. Ordóñez paseó las dos orejas. Al bicho le dieron la vuelta al ruedo...

Pero aún tenía que pasaportar el cuarto, un ‘urquijo’ llamado ‘Baboso’ al que formó un auténtico alboroto con el capote y la muleta antes de empeñarse en matarlo en la suerte de recibir. Aquello iba camino de una auténtica apoteosis pero el acero se resistió a entrar enfriando la petición de los máximos trofeos. No importó. El maestro dio dos lentas vueltas al ruedo envuelto en ese halo imperial, tan suyo, inimitable... Le sacaron a hombros por la Puerta del Príncipe en un tiempo en el que el privilegio sólo dependía del entusiasmo y no entendía de números. Unos días después entregaba aquel traje de color heliotropo a la cofradía de la Soledad, su primera y más íntima hermandad, que confeccionó una saya cargada de historia para la última dolorosa de la Semana Santa de Sevilla.

Heliotropo y oro: Soledad de Antonio Ordóñez...
Antonio Ordóñez, con antifaz de terciopelo de maniguetero de la Soledad antes de la salida de la cofradía.

Pascua Florida y bordados toreros

El vestidor de la Virgen de la Soledad, Federico Carrasco, ha tenido el buen gusto de vestir a la antiquísima dolorosa de San Lorenzo con esa saya de bordados toreros para recibir a la Pascua Florida en este segundo año de la pandemia. Hay que advertir que ése no había sido el primer vestido regalado a la Virgen a la que Antonio Ordóñez –amigo de los Romero y los Petit- acompañó como maniguetero de antifaz de terciopelo negro cuando la cofradía aún salía en la tarde del Viernes Santo.

Las viejas fotografías recogen al torero, muy jovencito, entregando otro traje blanco en presencia de Antonio Petit en el estreno de la década de los 50. Seguramente, aún no había tomado la alternativa pero ya estaba bendecido para ser el torero histórico que inscribió su nombre con letras de oro en la historia de la Tauromaquia. No fue ni el primero ni el último obsequio de la familia para aquella Virgen a la que rezaron los cinco hermanos toreros –Cayetano, Juan, Antonio, Pepe y Alfonso– y que ya había recibido el fervor de Gabriela Ortega y su hijo José, el gran Joselito.

Antonio Ordóñez ya había encargado la toca sobremanto –ahora en desuso– con la que Paco Ponce ataviaba a la dolorosa de San Lorenzo con aires macarenos. En 1969 llegaría el puñal de oro, encargado por el genial rondeño en la joyería Aldao de Madrid certificando un fervor que nunca fue interrumpido. El tiempo le llevó a empuñar una vara dorada al otro lado del río pero su devoción primera, la más íntima, siempre fue la Soledad. La enfermedad ya había marcado el rostro del maestro cuando recibió la medalla conmemorativa de sus 50 años de pertenencia a la corporación soleana en septiembre de 1997. Aquel día aún contribuyó a sufragar el terciopelo de los nuevos faldones del paso que iba a bordar Charo Bernardino en los dos años siguientes. El maestro de Ronda falleció el 19 de diciembre del año siguiente.